Sección II

El Poder de la Vulnerabilidad en la Crianza

Cuando pensamos en la crianza, muchas veces imaginamos a los padres como figuras inquebrantables, llenas de certezas y respuestas. Creemos que un buen padre o madre es aquel que sabe qué hacer en todo momento, que no se equivoca y que guía con firmeza cada paso de su hijo. Pero la realidad es otra: ser padre no significa tener todas las respuestas, sino estar presente, abierto y dispuesto a aprender.

Y aquí es donde entra la vulnerabilidad.

Una anécdota sobre la vulnerabilidad y el amor

Sofía tenía una hija de 7 años llamada Emma. Una noche, después de un día agotador, Sofía perdió la paciencia cuando Emma derramó un vaso de agua sobre su tarea recién terminada. “¡Siempre haces un desastre!”, le dijo con frustración. Emma no respondió, solo bajó la mirada y se quedó en silencio.

Sofía vio en los ojos de su hija algo que la hizo detenerse: no era rebeldía ni enojo, sino tristeza. Se dio cuenta de que su reacción había herido a su hija más de lo que el agua podría haber arruinado el papel.

Respiró hondo, se agachó y la abrazó. “Lo siento, Emma. No debí hablarte así. Fue solo agua, y tú eres más importante que cualquier tarea”. Emma levantó la mirada y, con una pequeña sonrisa, dijo: “Está bien, mamá”.

Ese simple momento cambió la forma en que Sofía veía la crianza. Comprendió que no tenía que ser la madre perfecta, sino una madre presente, capaz de reconocer sus errores y enmendarlos.

Vulnerabilidad no es debilidad, es conexión

Vivimos en una sociedad que nos enseña a esconder nuestras emociones, a ser fuertes a toda costa y a no mostrar dudas. Sin embargo, la vulnerabilidad no es sinónimo de debilidad. De hecho, es todo lo contrario: es el puente que nos une con los demás, el espacio donde florece la confianza y la autenticidad.

Un niño no necesita un padre perfecto. Necesita un padre real. Uno que pueda decir “no lo sé, pero lo descubriremos juntos”, o “me equivoqué, lo siento”. Cuando un padre se permite ser vulnerable, le muestra a su hijo que el amor no se trata de ser infalible, sino de estar presente, incluso en la incertidumbre.

El impacto de la vulnerabilidad en los hijos

Los niños aprenden del ejemplo, no de las palabras. Si crecen en un hogar donde sus padres se muestran abiertos y humanos, ellos también aprenderán a serlo

Cuando un padre admite un error y pide perdón, le enseña a su hijo que no necesita ser perfecto para ser amado. Le muestra que está bien equivocarse, que el amor no desaparece por cometer errores y que siempre es posible reparar.

Cuando un padre expresa sus emociones con honestidad, le enseña a su hijo que sentir no es malo. Que la tristeza, el miedo y la frustración son parte de la vida y que no hay que esconderlas, sino comprenderlas.

Y cuando un padre se permite recibir amor y apoyo en los momentos difíciles, le muestra a su hijo que no tiene que enfrentarlo todo solo. Que pedir ayuda no es una señal de debilidad, sino de valentía.

El amor verdadero no exige perfección

A veces, la presión de ser un “buen padre” nos hace olvidar que el amor no es perfección, sino presencia. Que no se trata de nunca equivocarse, sino de saber pedir perdón. Que no se trata de tener todas las respuestas, sino de estar dispuesto a aprender juntos.

Ser vulnerable con nuestros hijos es un acto de amor profundo. Es decirles, sin palabras, que los vemos, los entendemos y que estamos aquí para ellos, con todas nuestras luces y sombras.

Porque al final del día, lo que más recordarán nuestros hijos no será si fuimos perfectos, sino si estuvimos presentes, si los miramos con amor y si les permitimos ser, sin miedo, quienes realmente son.

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