Sección III

Emociones

Desde pequeños, aprendemos a clasificar nuestras emociones como "buenas" o "malas". Nos dicen que la felicidad es positiva, pero que la tristeza es algo que debemos evitar. Nos enseñan que la calma es deseable, pero que la rabia es peligrosa. Sin darnos cuenta, crecemos creyendo que sentir ciertas emociones nos hace fuertes, mientras que otras nos hacen débiles.

Pero, ¿y si todas las emociones tuvieran un propósito? ¿Y si en lugar de juzgarlas, aprendiéramos a escucharlas y luego dejarlas ir?

Una anécdota sobre la tristeza y el enojo

Santiago, de seis años, llegó del colegio con el ceño fruncido. Al preguntarle qué pasaba, su madre notó que estaba al borde del llanto.

—Nada —respondió, cruzando los brazos.

Su madre insistió con suavidad, pero Santiago solo apretó los labios con más fuerza. Entonces ella recordó algo: cada vez que Santiago estaba triste, se mostraba enojado primero.

—Si estás enojado, está bien —le dijo—. Puedes estar enojado conmigo, con la escuela o con lo que sea. Solo quiero que sepas que puedes contarme lo que sientes.

Santiago guardó silencio unos segundos. Luego, con un hilo de voz, dijo:

—Matías no quiso jugar conmigo hoy… y se fue con otro niño.

El enojo de Santiago era, en realidad, tristeza disfrazada. Cuando su madre le permitió sentir y expresar, sin decirle que "no pasaba nada" o que "no debía enojarse", él encontró la confianza para compartir lo que realmente le dolía.

Las emociones aparecen, pero no somos ellas

Sentimos enojo.
Sentimos tristeza.
Sentimos miedo.

Pero no somos enojo, no somos tristeza, no somos miedo.

Las emociones son como nubes que pasan por el cielo. Aparecen, nos envuelven por un momento, pero si no nos aferramos a ellas, terminan disipándose. El problema no es sentir, sino identificarnos con lo que sentimos.

Cuando un niño dice "estoy enojado" y un adulto responde "está bien sentir enojo", le enseñamos que la emoción es pasajera, que no lo define. Pero cuando le decimos "no seas enojón", lo etiquetamos, y esa etiqueta puede quedarse con él por mucho tiempo.

Enseñarles a los niños que pueden sentir sus emociones sin aferrarse a ellas les permite vivir con mayor equilibrio. Las emociones llegan, las sentimos y luego las dejamos ir.

Cada emoción tiene un propósito

Las emociones son mensajes. No son buenas ni malas, simplemente nos informan sobre lo que sucede dentro de nosotros.

  • El miedo nos protege y nos mantiene alerta.

  • La tristeza nos ayuda a procesar pérdidas y cambios.

  • El enojo nos muestra cuándo sentimos que algo no es justo.

  • La alegría nos indica lo que disfrutamos y valoramos.

Cuando enseñamos a nuestros hijos a aceptar sus emociones en lugar de reprimirlas, les damos una herramienta valiosa para la vida: la inteligencia emocional.

Validar las emociones fortalece a los niños

Muchos padres, con la mejor intención, intentan calmar a sus hijos diciéndoles:

  • "No llores, no es para tanto."

  • "No te enojes, ya pasó."

  • "No tengas miedo, todo está bien."

Pero cuando invalidamos lo que sienten, aunque lo hagamos con amor, el mensaje que reciben es que sus emociones no son importantes, o que está mal sentir ciertas cosas.

En cambio, cuando les decimos:

  • "Entiendo que te sientas triste, ¿quieres hablar de ello?"

  • "Es normal que estés enojado, ¿quieres que pensemos juntos en qué hacer?"

  • "Sé que te da miedo, y aquí estoy para acompañarte."

Les enseñamos que todas las emociones son válidas y que no están solos para enfrentarlas.

Los padres también sienten y eso está bien

A veces, en el intento de ser fuertes para nuestros hijos, olvidamos que nosotros también sentimos.

Si un niño nunca ve a su madre o padre expresar tristeza, aprenderá que es mejor ocultar la suya. Si nunca ve que se equivocan y piden perdón, creerá que fallar es inaceptable.

Pero cuando los padres dicen:

  • "Hoy tuve un día difícil, pero me siento mejor al verte."

  • "Me equivoqué, lo siento."

  • "Estoy un poco triste, pero eso no significa que no esté bien."

Los hijos aprenden que las emociones no definen quiénes somos, sino que son parte de la vida.

Sentir es vivir

No hay emociones buenas ni malas, solo emociones que necesitan ser comprendidas.

Cuando permitimos que nuestros hijos sientan sin miedo, cuando los acompañamos sin juzgar y cuando nosotros mismos nos damos permiso de sentir, estamos criando niños emocionalmente fuertes y conectados consigo mismos.

Porque al final del día, no queremos hijos que nunca se enojen o que nunca estén tristes. Queremos hijos que sepan qué hacer con lo que sienten, que se permitan vivir cada emoción y que nunca teman ser quienes realmente son.

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