Juicios
Tú en todo
Hace un año inventé una forma genial para no emitir juicios a nada ni a nadie. Un juicio no es simplemente rechazar lo que no nos gusta o exaltar lo que sí.
Es dividir la energía en etiquetas absolutas: feo/bonito, malo/bueno, mejor/peor.
Y cuando caes en esa división, te atrapas en la trampa: porque todo lo que no encaje en esa etiqueta te decepcionará.
No emitir juicios no significa volverse indiferente o alguien sin criterio. Claro que puedes decir que algo te gusta (un carro, tu pareja, un lugar, una comida); eso no es un juicio.
“Un juicio aparece cuando dividimos la energía en etiquetas absolutas:
‘mi relación es la mejor’,
‘mi país es el único que vale’,
‘mi forma de ver a Dios es la verdadera’,
‘esa persona es un fracaso’.
Ahí ya no hablamos de una simple preferencia, sino de una verdad rígida que excluye todo lo demás. Y en ese punto el juicio nos encierra… y tarde o temprano se convierte en sufrimiento.”
“Entonces, ¿qué pasa cuando la relación que creías ‘la mejor del mundo’ se acaba?
O cuando la persona que pusiste en un pedestal te decepciona.
O cuando tu idea de lo que era ‘la verdad’ se rompe en mil pedazos.
Ahí aparece la insatisfacción, la tristeza, la decepción… incluso la rabia.
Y no por lo que ocurrió en sí, sino porque antes habías puesto una etiqueta rígida: ‘esto es lo mejor’, ‘esto es lo único’, ‘esto es lo verdadero’. La etiqueta se convirtió en parte de ti y al perderlo, te duele.
En ese momento, sin darte cuenta, te entregaste a las garras del sufrimiento… un estado del ser totalmente opcional.”
Lo mismo aplica para las cosas que rechazamos. Juzgas cuando dices que un tipo de comida es terrible, o que una aerolínea es mala porque no da cacahuates como otras. De igual manera caes en la trampa de la crítica, que solo alimenta el sufrimiento. El problema no está en que algo no te guste, sino en cómo reaccionas. Si tu primera reacción es el juicio, ya te estás condenando.
Lo importante es simplemente aceptar: te gusta o no te gusta. Y ahí termina. No hay juicio en esa elección, y tampoco sufrimiento. Entonces, al final, aceptas, lo cambias o lo dejas ir.
Puede ser difícil al principio, porque nos hemos acostumbrado a etiquetar y a juzgar todo: bonito o feo, bueno o malo. No se trata de volvernos rígidos ni de dejar de hablar. Se trata de cambiar la manera en como nos relacionamos con todo a nuestro al rededor.
Y si seguimos juzgando o etiquetando, no significa que somos ‘malas personas’ ni ‘buenas personas’.
Lo importante es darnos cuenta… observarlo. Y no te castigues si te descubres juzgando.
Al contrario, celébralo.
Porque ese instante en que lo reconoces es el inicio de la transformación.
Es el momento en que el juicio deja de ser automático y empiezas a hacerlo consciente.
Y cuando es consciente, el sufrimiento deja de tener tanto poder sobre ti.”
Todo juicio hacia afuera nace de algo que aún no hemos resuelto dentro.
Por eso, cuando notas que criticas o etiquetas a los demás, el trabajo real está en mirar hacia adentro.
Ahí es donde comienza el verdadero cambio: cuando reconoces que lo que juzgas afuera es solo un reflejo de cómo te juzgas a ti mismo.
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Lo que invente.
Hace un tiempo, mientras caminaba, me hice esta pregunta: ¿Cómo puedo hacer para no juzgar a los demás?
Mi trabajo en no juzgar ya estaba avanzado, pero de vez en cuando caía en sus garras y me lastimaba, porque terminaba en la crítica. Entonces quise encontrar algo que pudiera encarnarse en mí. No analicé demasiado la pregunta, la solté. Había aprendido que cuando queremos saber algo, el proceso es más sencillo de lo que parece:
Sembrar una intención. Decirlo con el corazón: “quiero dejar de juzgar, quiero tener mejores hábitos”.
Nunca dejar de cuestionar. Que sea tu pan de cada día: “¿cómo puedo dejar de juzgar?”.
Soltar. No intentes analizar la pregunta ni forzar la respuesta, porque fracasarás. Déjala ir.
Las respuestas siempre llegan después, a las horas o par de días… porque en el fondo lo sabemos todo, solo falta recordar.
Y así fue: llegó como una inspiración.
La experiencia
Ese día estaba corriendo alrededor de un estanque. El amanecer aún no ocurría, cuando el sol comenzó a salir. El aire se sintió más frío, pero la luz y el calor me llenaron de gozo. Entonces dije: “El sol es Pablo”.
(Ya había aprendido que todos somos uno, que no hay separación). Y ahí lo supe. Sonreí y lo saludé: “Hola, Pablo”.
Vi una hoja caer: “Ahí va Pablo”.
Las heces de los gansos en el pavimento: “¿Qué tal, Pablo?”.
Los días nubosos: “Son Pablo”.
Los días despejados de verano, cuando el calor parece quemar la piel, hay mucho sudor y pudiera parecer irritable: “También es Pablo”.
Los cocodrilos, a los que tanto terror y odio les tenia: “Son Pablo”.
La iglesia, la religión y el dogma, con las que siempre me he sentido como agua y aceite: “Es Pablo”.
Esa serpiente o araña que parece asquerosa y da miedo: “Es Pablo y también puede ser tu, María, o Pedro, o Carlos”.
Tú, lector, eres Pablo. Así es como te veo, como te amo.
Y me dije: “He cultivado suficiente amor propio como para que esto no me ofenda, sino que me conecte”. Entonces la compasión hacia los demás se vuelve más profunda, la aceptación de las circunstancias mucho más tolerable. Lo que antes era “negativo o malo”, simplemente ya no molesta.
Esa fue mi manera de encarnarlo. Descubrí que tiene una fuerza enorme: cuando nombras todo como si fueras tú mismo, la separación desaparece.
Te invito a intentarlo: la próxima vez que veas algo que te gusta, algo que no te gusta, algo o alguien que te incomoda, o incluso lo que más amas… nómbralo con tu nombre.
Observa cómo cambia la forma en que lo percibes. Esa pequeña práctica abre la puerta a la compasión y disuelve el juicio casi sin esfuerzo.
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Recuerda que cuando juzgas a alguien o algo, te estás condenando a ti mismo. No te hagas eso. Opta por cultivar amor, compasión y liberarte del juicio.
Un gusto que hayas llegado hasta aquí. Empieza ahora.
Mandame un mensaje y hablemos.


Juicios.
Tu en todo.
CRECIMIENTO ESPIRITUALALMA
Pablo Serna
8/28/20255 min leer